Abril se deslizó por el velo de los días, encontrando los senderos con el poder de su luminosa primavera. Los portales que una vez estuvieran ocultos, se abrieron, mostrándole los largos y claros días del verano. En la ciudad de las puertas, surgen caminos ocultos. Es el tiempo quién otorga las claves.
Abril se detuvo unos instantes, rodeada de llamas. En silencio, le habló al sol, y este, le respondió.
Y así fue como en el largo camino de las estaciones prosiguió abriendo rejas y portales. Cuando llegó el equinoccio de Otoño, nació una luna azul, allí donde anidan los pájaros.

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Tom: – ¿Qué haces ahí tumbada?
Edanna: – Escucho Tom.
Tom: – ¿Y qué se escucha en el suelo?
Edanna: – El latir de su corazón.

El topo abrió su paraguas y se cerró la levita. Alzando sus pequeños brazos, cobijó a la mujer con el paraguas, de las pequeñas pero continuas gotas que caían sobre la alfombra verde de los campos.

Tom: – Has vuelto, como prometiste, en Otoño.
Edanna: – Tengo muchas árboles que sembrar.
Tom: – ¿Y ese retoño que siembras ahora?
Edanna: – Es ya, todo cuanto le puedo regalar.

Y en las nieblas próximas de Otoño, sembramos el pequeño retoño. Un brote joven que hundió sus raíces en lo profundo, celebrando su propio nacimiento, alimentado por los distantes y rítmicos latidos, de todos nuestros recuerdos.