Querido diario:

Hoy nos visitó una princesa. Iba de blanco y de rosa.

Madre e hija. Impolutas, de labios gruesos, pestañas profundas, mirada cristalina. Perfumes que cuestan tus deseos de los próximos ocho meses.

Pata negra de la más excelentísima calidad. Nada que ver con el oscuro color de nuestras agrietadas pieles, castigadas por los rayos que cada tarde torturan mi brazo izquierdo, en el rio que consume nuestra felicidad. La marea de coches que conformamos los que pierden sus sueños cada día.

Vino a predecir y a bendecir nuestra aburrida existencia. A recordarnos que su vida siempre será mejor que la nuestra.

Querido diario, ayer, llegué a casa. Me dormí. Desperté hoy de nuevo.

Todo seguía igual, nada había cambiado. Le rogué a los dioses antiguos, pero ya están dormidos. No pueden escucharnos.

Fuí a la tienda. Compré un pelador de papas.

Eso fue todo.