En la antigua Frigia, en un templo de Telmiso, había una gran maravilla…

Se trataba de las riendas de un carro que el difunto rey Gordio había atado, formando un nudo que nadie podía deshacer.

193px-am_738_4to_yggdrasill.pngLas riendas estaban hechas de cornejo, el cual se había encogido y compactado con el paso de los años. Estaban atadas formando lo que se denominaba un nudo turco, sin extremos visibles.

Cientos de hombres habían intentado deshacerlo sin éxito.

En el año 338 A.C., Alejandro de Macedonia llegó a Telmiso a la cabeza de un enorme ejército.

Conocía la leyenda que decía que aquel que deshiciera el nudo de Gordio conquistaría toda Asia.

La gente de la ciudad se apresuró a seguirlo.

Sabían quién era: El hijo favorito del rey Filippo, a quien, con solo 23 años, nadie había vencido en batalla y apodaban “El Grande”.

Se plantó delante del nudo, y enseguida se percató de que no se podía deshacer.

Si lo intentaba, quedaría en ridículo. La corteza se había apretado tanto que formaba una masa consistente en la que ningún dedo podía introducirse para intentar deshacer el nudo.

Así que lo cortó de un solo golpe con su espada.

Luego marchó hacia Tarso y Galigamela, donde barrió a todos aquellos que encontró a su paso.

Las fuentes de la época por cierto, guardan silencio al respecto. Solo Aristoboulos lo menciona… y era el mayor hagiógrafo de Alejandro.

-Has cambiado Edanna.

-¿En qué?

-En muchas cosas la verdad. –Le dije mientras buscaba un sitio cómodo en aquel suelo nudoso-. No sé, es difícil de explicar.

-Te noto ahora algo más socarrona. –Me atreví a decirle.

Ella se limitó a seguir sentada rodeando sus rodillas con los brazos, sonriendo mientras contemplaba el imponente abismo.

-Bueno. –Dijo-. Este es un lugar majestuoso e irónico a la vez ¿no te parece? Las raíces de Yggdrasil son el lugar perfecto para comentar las ironías de un mundo que se extiende allá arriba.

-Ya, pero no, no me refiero a eso. –Dije sin entusiasmo.

Y casi por lo bajo comentó. -Quizás sea porque ya no tengo una vara metida por el trasero, que por cierto la tenía, pero bueno, a nadie le importaba demasiado, evidentemente.

A mí me sorprendió escucharla hablar así, cuando siempre había sido tan cauta, tan extremadamente alejada de todo cuanto resultara vulgar.

-Lo único que ha cambiado es que todo eso dejó de importarme hace mucho tiempo. –Puntualizó-. Son diferentes aspectos nada más, que como las raíces, se extienden, aparecen y desaparecen. Todos esos aspectos soy tú, y tú eres yo. Al igual que todas estas raíces son partes del árbol del mundo.

Guardamos silencio unos minutos, yo escuchaba el aullido del viento.

-¿Por qué me has traído aquí? –Le pregunté finalmente.

Ella me miró fijamente con su sonrisa forjadora de mundos eterna en su rostro.

-Yo pensé que eras tú el que me invitó a pasar la tarde entre las raíces del mundo. –Me dijo entre risitas.

Finalmente pareció ceder.

-Bien, para contarte un cuento. ¿Te ha gustado?

-Mucho. –Dije de inmediato.

Mira estas raíces. Las raíces de Yggdrasil, el árbol sobre el que se sostiene el mundo. Un bello mito, antiguo como el rumor del viento, con sus personajes, sus héroes, sus antagonistas, sus jueces y entre ellos, tú y yo.

Las diferentes raíces, los diferentes aspectos. Tus aspectos, mis aspectos, lo mismo pues estamos más próximos que los mismos gemelos. Es algo más, es una cuestión de sangre.

-Sangre sobre las raíces de Yggdrasil. –Finalicé.

Ella guardó silencio unos segundos y finalmente dijo de forma contundente. –Así es. Cambiaremos la magia por la espada, Niño-roto.

-Si, eso lo veía venir. –Le dije con complicidad y devolviéndole una sonrisa socarrona.

– Ves, ya vas aprendiendo. – Me dijo riendo.

-Entonces, este es el momento de ahuyentar el miedo. –Proseguí-. Pero las emociones son caprichosas pues van y vienen. Quizás es el poder de la palabra la que nos mantiene unidos… mantiene nuestra existencia. El poder de la palabra es lo que permite que todo exista.

-Ella se limitaba a mirarme y asentía levemente.

-Pues que sean mis ejércitos las plantas, las bestias y las aves del cielo, y lo más importante. Qué todo lo que soy obedezca tan solo a mi propia voluntad, y a mi propia y única palabra, sin nada ni nadie que decida por mí. Que ni el destino, ni la divina providencia gobiernen mis actos. Solo yo, quiero decidir mi destino.

-Estupendo. –Dijo contenta-. No está nada mal para ser un comienzo.

-Sí, ya me he dado cuenta de que estamos aquí para pedir un deseo. Pero esto, ya me veo venir que es tan solo el principio ¿no? –Comenté.

-Por supuesto querido niño, por supuesto…Esto es solo el principio. Sin embargo, que bien se está aquí ¿no es cierto? En el final de los mundos, en la frontera de la tierra a donde van los muertos.

-Los muertos no van a ninguna parte. –Reclamé.

-Cierto. Pero de todo eso, ya hablaremos.

-Tras lo cual solo pude asentir levemente y perceptiblemente aliviado. Lo que a ella, le hizo soltar otra risita.

No hablamos muchos más, pues durante horas, nos entregamos a contemplar la noche infinita, sobre las raíces del mundo a nuestros pies.