…Y salieron las estrellas. No sé cuento tiempo estuve allí, recostado en el árbol de Edanna. Pasó el tiempo, marcado únicamente por el compás de la brisa. En un lugar sin tiempo.
La hierba se secó a mi alrededor, los tallos de marchitaron y las flores se secaron. La tierra comenzó a agrietarse lentamente y formar un erial sin forma y sin cosa viva alguna. Los cuerpos que habían permanecido tendidos lentamente fueron absorbidos por el polvo y se hundieron en las profundidades de la tierra espesa.
Nada quedó a mi alrededor, ni cuerpos, ni plantas, ni flores. Tan solo el árbol inmutable, una pequeña capa de hierba entre sus raices, y yo.
Salió el sol, la tierra se resquebrajó y formó arena. Un desierto al poco tiempo me rodeaba, mientras yo, permanecía sentado a la sombra de aquel árbol ajeno a las edades que vendrían.
De nuevo el sol se marchitó y vinieron las estrellas cada vez a un ritmo más rápido, hasta que el paso del dia y la noche fue un parpadeo, mientras la banda del sol contaba las edades que pasaban sobre nosotros.
Cuando todo quedó en silencio y la bóveda pareció cesar en aquel enloquecedor viaje. Lo ví.
Una forma hecha de ramas de espino y formas nudosas, con forma de jabalí o de bestia terrible. Sus colmillos afilados de la rama eran, y de espino sus entrañas. Y pude oler su aliento, fétido de alcohol.
Vino hacia mí, cargando sobre la arena del desierto, vino hacia mí con toda su furia, me embistió con la fuerza del odio de mil hombres.
Clavó sus colmillos en mi abdomen al tiempo que se deshacía, me envolvió totalmente con ramas de espino de largas agujas, dolorosas que, se clavaron por todo mi cuerpo. Y su columna se ensartó en la mía a lo largo de toda mi espina dorsal. Las agujas atravesaron mi carne a lo largo de toda mi espalda. El dolor fue lacerante y grité de desesperación.
Envuelto en espino, deliré de angustia, por todo mi cuerpo la bestia me había envuelto con sus formas nudosas, y sus afiladas puas provocando cientos de heridas. No podía ver del dolor pero poco a poco, comencé a recobrar los sentidos. Y todo aquello, solo fue el principio.
Envuelta en sedas rojas, ella estaba de pié, delante de mí. Su cuerpo envuelto en llamas. Lloraba.
Quise gritar, pero una rama se clavó en mi garganta con sus espinas, impidiéndome respirar. La llamé desesperado, en silencio, con la mirada. Mi garganta atravesada solo supo sangrar.
Ella ardió, como una tea viva, una mariposa que se acerca a la vela, ardió hermosa y horrible a la vez, ardió sin medida, sin compasión.
Su vestido se consumió en llamas rojas. Su cuerpo esbelto se convirtió en cenizas, mientras me miraba, en silencio, llorando desconsolada.
El viento caliente barrió sus cenizas y de nuevo solo quedó la arena ante mí, manchada de rojo por mis heridas.
De nuevo pasó el tiempo, un tiempo sin tiempo, la noche sucedió al dia y este de nuevo a la noche. Y una noche apareció la niña gitana.
Se acercó a mí, con mirada apesadumbrada, era hermosa, de pelo negro como la noche y unos ojos más oscuros aún. La niña gitana tiró de las ramas intentando liberarme, pero se pinchó en ellas y sangró por su pequeña herida. Se hechó a llorar.
Ante su fracaso, muy triste, se marchó de nuevo hacia las arenas y se perdió en la distancia.
Yo me reí, envuelto en locura, envuelto en espino. En el remoto pasado. Envuelto y sin tiempo.
Una figura pasó a lo lejos, me sonrió, y me saludó con la mano. No pude gritar. No pude llamarla. Se alejó y se perdió en el desierto. Se desvaneció.
Salieron las estrellas.
Y sobre la arena en la distancia, una figura de blanco se me acercó.
Parecía la misma madre tierra, sus ojos del color del oceano y su cabello radiante como el sol. Se postró ante mí. Secó mis lágrimas. Cogió con sus manos las ramas que oprimían mi garganta y las rompió con facilidad, si se hirió, no dijo nada.
Me besó en la frente, me besó en los labios.
Caminó lentamente tras el árbol y ya no pude verla más-
Pero estaría allí.
-Gracias, le dije.
La arena bailó a mi alrededor, parecían las olas del mar, el mar lejano.
El viento arrastraba las dunas, en silencio, en calma. Me sentí mejor. Las dunas son el reflejo de las olas.
Apareció otra figura en la distancia. Lejana, se fue deshaciendo de las brumas poco a poco.
Mi hermana. Envuelta en viento huracanado, su fuerza movía la arena, ella movía las dunas, provocaba las olas.
Mi hermana es el viento, arrastró la arena de mis ojos, los espinos de mi rostro. Me curó las heridas y la sangre que resbalaba por mi cara.
Me besó en la frente, arrancó los espinos de mi pecho, mi corazón volvió a su ritmo normal.
Me sonrió, y se marchó tras el árbol, no pude verla más.
– Gracias, le dije.
Comprendí que estaba en un pasado remoto. Donde los mitos, tenían forma. La forma que le damos con nuestra mente, si nuestra mente los construye, ellos respiran sobre la tierra. Respiran sobre las aguas y rugen en las montañas distantes.
Una figura apareció en la distancia.
Se acercó lentamente, alta y elegante como una garza. Vestía un traje púrpura, era blanca. De piel de marfil. Hermosa hasta en el cansancio.
A su lado una figura humana iba de su mano. La forma era incorporea, hecha de humo, de sueños, de arena. Y lo rodeaba una maraña de alambre de púas.
Permaneció quieta ante mi, con la otra figura de su mano, altiva. Me sonrió.
– ¿ has visto a mi padre? me preguntó
– Lo llevas de la mano, le dije.
Me abofeteó con fuerza.
-Este no es mi padre, tomo lo que quiero cuando quiero y sé que no es mi padre. Puedo tomar a quién quiera y en cualquier momento. Así no estoy sola jamás, así me ayuda a buscar a mi padre.
– Sin embargo, es tu padre esa sombra que llevas ahí. Lo has buscado siempre, y siempre lo has tenido de la mano. Mirando en otra dirección.
Me abofeteó de nuevo, mis encías sangraban, no me importaba.
– Soy tu amiga ya lo sabes, no lo olvides.
– No lo olvido, le contesté.
-Te quiero, le dije.
– Me abofeteó con más fuerza, mi mejilla ardía. Algunos dientes cayeron. Partidos en dos.
– No, no me quieres, me abandonaste, y eso es lo que importa. Me gritó.
– Estaba en este árbol, encadenado de espinos, llevo aquí muchas edades. No podía estar a tu lado.
– No importa, lo que importa es que yo estaba sola, y eso es lo que importa. Por eso tomo lo que quiero, y si se marcha, busco a otro, siempre se acaban marchando, como mi padre, tarde o temprano se van. Por eso busco a mi padre. Replicó.
– Lo llevas de tu mano, le dije exhausto. Y si no quieres estar sola, todo lo que hagas es justo.
Ella me besó en la mejilla lacerada. No te vayas de aquí, me dijo. No me abandones jamás.
– No lo haré, lo sabes.
Y las dos figuras se marcharon lentamente, se perdieron en la arena.
Gracias, le dije.
Permanecí allí sentado, con los brazos en cruz, lacerado de espinos, durante décadas. El viento cambió y me trajo agua a mis labios, la tierra me abrigó por las noches. Y el árbol de Edanna, me cobijó del sol del desierto.
Al final mi cuerpo se transformó en raiz, en madera y en hoja. En espino y en musgo.
EL musgo cubrió el árbol, el árbol permaneció firme al paso de los siglos, yo no era ya nada más que corteza, y musgo en su tronco.
Una noche estalló una tormenta, un rayo partió el roble, el árbol de edanna ardió.
Ardimos juntos en la noche hasta que solo quedaron cenizas.
Y con las edades, el desierto se transformó de nuevo en campo fértil, la hierba cubrió la arena y esta se transformó en tierra húmeda.
Cayeron las lluvias, por la pradera pastaban animales, y pequeñas bestias cavaron sus madrigueras.
Y una noche, sobre los restos oscuros de unas cenizas.Brotó el retoño joven, de un roble nuevo. Que firme, subió con el afán de tocar al sol.