El que fuera Sultán en un lugar tan remoto de Oriente que sus dominios fueron
considerados fabulosos en Babilonia, cuyo nombre es hoy prototipo de lejanía en las calles de Bagdad, cuya excelencia invocan por su nombre viajeros barbados a la caída de la tarde con el fin de convocar oyentes a su recitación de cuentos, mientras se eleva el humo del tabaco, suenan los dados y las tabernas rebosan de gente, estableció también su mandato en esa misma ciudad y dijo:

«Que sean conducidos hasta aquí todos los sabios que puedan comparecer ante mí y regocijar mi corazón con su sabiduría».

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Los hombres se apresuraron y los clarines sonaron, y así fue como se presentaron al sultán todos sus sabios. Y muchos fueron declarados no aptos. Mas de todos los que fueron capaces de decir cosas aceptables, después de ser llamados Los Afortunados, uno dijo que al sur de la Tierra había un País –coronado de loto, añadió –donde era verano cuando nosotros estamos en invierno y viceversa.

Y cuando el Sultán de aquellas remotas tierras supo que el Creador de Todo había
ideado una estratagema tan sumamente de su gusto, su júbilo no conoció fronteras. De pronto habló y dijo (eso fue en esencia lo que dijo) que sobre esa frontera o límite que separa el norte del sur se construiría un palacio en cuyos salones del ala norte sería verano, mientras que en los del ala sur sería invierno; así que él se trasladaría de unos salones a otros según su estado de ánimo: se reiría del verano por la mañana y pasaría el mediodía entre la nieve. De modo que mandaron llamar a los poetas del Sultán y les ordenaron que hablasen de aquella ciudad, previendo su esplendor lejos hacia el sur y en tiempos futuros, y algunos de ellos fueron considerados afortunados. Y entre todos los que fueron considerados afortunados y fueron coronados de flores, ninguno consiguió con más facilidad la sonrisa del Sultán (de la que dependía que los días fueran largos) que el que, imaginándose la ciudad, habló así de ella:

–Durante siete años y siete días, ¡oh, Puntal del Cielo!, tus constructores edificarán tu palacio, que no estará ni en el norte ni en el sur, en el que ni el verano ni el invierno será dueño exclusivo de las horas. Lo veo blanco, tan extenso como una ciudad, tan hermoso como una mujer, auténtica maravilla del mundo, con muchas ventanas, desde las que al ocaso tus princesas mirarán al exterior. Sí, percibo la dicha en sus balcones dorados y escucho el rumor que desciende de las galerías y el arrullo de las palomas en sus aleros esculpidos.

¡Oh, Puntal del Cielo!, esa ciudad tan hermosa deberían construirla tus antiguos señores, los hijos del sol, para que todos los hombres admiren su poder incluso hoy, y no sólo los poetas, cuya imaginación la ve tan alejada hacia el sur y en tiempos futuros.

«¡Oh, Rey de los Años!, la ciudad debería estar situada en el centro de esa línea que divide equitativamente el norte del sur y separa las estaciones como si fuera una pantalla. Cuando en el ala norte sea verano, tus centinelas vestidos de seda pasearán por deslumbrantes murallas, mientras tus lanceros cubiertos de pieles circularán por el ala sur. Mas al mediodía del día central del año, tu chambelán descenderá de su elevada posición y entrará en el salón del centro, y tras él bajarán hombres con trompetas, y él proferirá un gran grito al mediodía, y los hombres harán sonar las trompetas, y los lanceros cubiertos de pieles marcharán hacia el norte y tus centinelas vestidos de seda ocuparán su lugar en el sur, y el verano abandonará el norte y se irá al sur, y las golondrinas levantarán el vuelo y le seguirán.

Y únicamente no habrá cambio en tus salones interiores, pues están situados sobre esa línea que separa las estaciones y divide el norte del sur.

«Y en los jardines siempre será primavera, pues la primavera permanece siempre al
margen del verano; y el otoño también teñirá siempre tus jardines, pues siempre
resplandece al borde del invierno, y esos jardines permanecerán aparte entre el
invierno y el verano. Y habrá orquídeas en tu jardín, también, con toda su carga de otoño en las ramas y todas las flores de la primavera.

«Sí, percibo ese palacio, ya que podemos imaginar las cosas venideras; veo su blanco muro resplandeciente a la deslumbrante luz del solsticio de verano, y los lagartos tumbados inmóviles al sol, y los hombres dormidos al mediodía, y las mariposas revoloteando alrededor, y las aves de radiante plumaje persiguiendo maravillosas polillas, y a lo lejos en la selva las grandes orquídeas, y los insectos iridiscentes danzando en torno a la luz. Veo el muro por el otro lado: la nieve se ha amontonado en las almenas, los carámbanos las han orlado de barbas de hielo, un violento viento que sopla desde parajes solitarios y clama a los helados campos, ha enviado los ventisqueros por encima de los contrafuertes. Los que se asoman a las ventanas de ese ala de tu palacio ven a los gansos silvestres volando bajo, y a todas las aves invernales pasando veloces en bandadas atenazadas por el implacable viento, y las nubes de encima son negras, ya que allí están en el solsticio de invierno. Mientras tanto, en tus otros salones las fuentes tintinean, cayendo sobre mármol bajo el sol abrasador del verano.
«Así será tu palacio, ¡oh, Rey de los Años!, y su nombre será Erlathdronion, Prodigio de la Tierra; y tu sabiduría ordenará a tus arquitectos que lo construyan inmediatamente, ya que podemos ver lo que hasta ahora únicamente veían los poetas, y esta profecía se cumplirá.

Y cuando el poeta se detuvo, el Sultán habló y dijo, mientras los demás escuchaban con la cabeza vuelta:

–No será necesario que mis constructores edifiquen ese palacio, Erlathdronion,
Prodigio de la Tierra, pues al oírte a ti hemos saboreado ya sus placeres.
Y el poeta se fue de su Presencia y soñó otra cosa.

Lord Dunsany