…Fui al círculo de piedras, caminando en la noche, cuando la luna de la cosecha se hallaba baja en el firmamento y el aliento del cuarto invierno se enfriaba en vísperas del día de difuntos. Allí, envuelta en la capa, temblando, durante toda la noche, guardé la vigilia, ayunando; la nieve caía del cielo cuando me levanté para encaminar mis pasos hacia el castillo; pero al abandonar el círculo, mi pie tropezó con una piedra que no se encontraba allí a mi llegada, y, agachando la cabeza, vi una serie de blancas piedras colocadas, al parecer, en un orden premeditado.

Me incliné y moví una piedra para formar la secuencia siguiente de números mágicos; las mareas se habían desplazado y ahora estábamos bajo las estrellas invernales. Luego volví a casa, tiritando, para contar la historia de que me había extraviado en las colinas y había dormido en la cabaña vacía de algún pastor.

La nieve, que se había acumulado en las laderas de las montañas, me mantuvo encerrada gran parte del invierno; pero sabía que las tormentas iban a amainar y me arriesgaría a visitar el anillo de piedras en el equinoccio de Invierno, sabiendo que las piedras estarían a la vista… la nieve nunca caía dentro de los grandes círculos, e imaginé que ocurriría igual en los pequeños, donde la magia actuaba todavía.

Y en el centro mismo del círculo vi un bulto diminuto, un trozo de cuero atado con un tendón. Mis dedos estaban recobrando su antígüa habilidad y no temblaron mientras lo desanudaba y vertía el contenido en la palma de mi mano. Parecían un par de semillas secas, mas eran los diminutos musgos que tan raramente crecían cerca de Avalon. No eran utilizados como alimento y la mayoría de la gente los consideraba venenosos, pues provocaban vómitos, purgaciones y la menstruación; aunque tomados en pequeña cantidad, an ayuno, abrían las puertas de la Visión… era éste un regalo más valioso que el oro. No crecían en esta región y sólo podía imaginarme cuán lejos habían ido los del pequeño pueblo en su busca. Les dejé la comida que traía, carne seca, frutas y un panal, pero no como pago; el presente no tenía precio. Me encerraría en mi cámara el dia del Solsticio de Invierno y buscaría allí la visión a la cual había renunciado. Con las puertas de la Visión abiertas podría atreverme a pretender la presencia de la Diosa, implorándole me permitiera volver a comprometerme con aquello que había traicionado. No temía ser rechazada. Era ella quien me enviaba este regalo para que pudiera buscar su presencia.

Y me arrodillé en el suelo dando gracias, sabiendo que mis plegarias habían sido escuchadas y que mi penitencia había concluido.

Morgana » Las Nieblas de Avalon»