Dyss, sello general

Existe un lugar en el mundo donde los jirones de una realidad que se desmenuza flotan suspendidos sobre un abismo insondable. La oscuridad se extiende hasta llegar allá donde, sin emitir parpadeos, brillan las estrellas innumerables revistiendo la bóveda celeste. Se trata del fin del mundo conocido, del fin de todas las cosas. Allí, justo donde el mundo termina.

Es ahí donde todas las cosas se deshacen; la realidad se descompone; el mundo, junto con el sentido de aquel que lo contempla, se desvanece; desapareciendo tal y como se disipa el humo de entre los dedos.

Tras cruzar el inhóspito Continente Periférico conocido como la Tierra de Conundrum —siempre con la intención de dirigirse hacia el exterior—, tarde o temprano se llega al fin del mundo conocido; un lugar donde la realidad comienza a deshilacharse como si se tratara de harapos viejos.

Pero el verdadero desafío comienza mucho, mucho antes; lo hace justamente cuando se pretende llegar hasta allí pues tratar de alcanzar los límites del mundo es uno de los mayores desafíos a los que se puede enfrentar cualquier criatura viviente. Las probabilidades de conseguirlo resultan en verdad muy remotas; ¿la remuneración?, escasa, si es que existe tal cosa pues lo cierto es que no hay nada allí que pueda tener algún valor, y ¿la gloria…? Bueno, el problema con la gloria es que ¿y en realidad, a quién le importa?

End of the World Que se tenga conocimiento sólo dos criaturas consiguieron alcanzar los puntos más extremos, tanto en la región Boreal como en la más Austral, y lograron regresar para contarlo. Es en dirección a esas regiones donde los trayectos resultan algo más cortos si lo que se pretende es alcanzar el fin teórico del mundo conocido ya que en dirección Este u Oeste la extensión del Continente Periférico es mucho mayor. No obstante, no por emplear los tramos más cortos resulta menor el peligro.

Los únicos en conseguirlo alguna vez fueron Einar Kohl, que consiguió llegar al punto más alejado de la región septentrional y Dubh Lemna, alcanzando el límite extremo meridional. Se les ha dedicado el honor de ser llamadas con los nombres de estos humanos a las áreas donde se levantan las grandes barreras —enormes montañas que sirven de frontera natural e impiden adentrarse en la periferia— y que cada uno consiguió sortear como pudo (pues toda la verdad sobre los detalles se quedó en aquella tierra para siempre y allí morirá con ella). Muchos otros que lo intentaron simplemente fracasaron, perdiéndose para siempre, sin que se haya vuelto a tener jamás noticias de ninguno de ellos.

Del grupo liderado por Einar Kohl a la región Boreal partieron treinta y tres miembros, regresando dos ciclos más tarde cuatro supervivientes, incluyéndole a él mismo, tras ocho años-estación de viaje desesperado; dos de ellos enloquecidos por el canto inmisericorde de Tugal, para siempre habitando en sus oídos.

De los sesenta miembros de la expedición de Dubh Lemna a las regiones Australes consiguieron regresar siete, nada más y nada menos que diecisiete años-estación después. Cuatro de ellos en un estado de completa ruina mental y habiendo perdido varios de ellos algunas extremidades, incluyendo el brazo izquierdo junto con todos los dedos de pies y manos del propio jefe de la expedición. Diecisiete estaciones es mucho tiempo para tan largo viaje.

Una penosa epopeya llena de condicionantes en su planteamiento pues si se ha tenido la suerte de haber sobrevivido a la vigilancia de Tugal “El Enloquecido”, la bestia Imago centinela de los océanos; si realizando la travesía se han sorteado las montañas de la Gran Barrera habiendo sobrevivido al frío extremo, a las horribles bestias que habitan aquella tierra, o si se ha tenido la suerte de no haber sido tragado por ésta ante una inesperada —y casi siempre brutal— transformación (capaz de enterrar al viajero bajo el corazón de una montaña en cuestión de segundos); si se ha tenido la suficiente entereza para sobrevivir, sin perder la razón, al constante aullido de dolor de una entidad viva cuya realidad, al despedazarse, le provoca un sufrimiento tan inimaginable que sólo la percepción de ese dolor durante una fracción de segundo es capaz de perturbar a cualquiera; si se ha conseguido avanzar sorteando todos estos obstáculos… es muy posible que, con mucha suerte, se pueda llegar allí donde se hallan los límites de la realidad.

Es en esta región donde el viajero se encuentra con un paisaje que termina por robarle toda la entereza restante pues la realidad, al constituir el límite de todo cuanto Dyss puede contener en su mente, pierde la integridad necesaria para seguir manteniéndose estable, provocando que ésta entre en un proceso delirante de desintegración continua. Un proceso MUY DOLOROSO para la misma tierra, caótico y violento, donde toda la materia que compone a Dyss, unida gracias al estado de entropía que ella misma inicia por sí misma, comienza aquí a degradarse y enfermar, desapareciendo finalmente.

Las consecuencias de esto es que el mundo a partir de aquí comienza a despedazarse en fragmentos cada vez más y más pequeños, formando islas en forma de bloques gigantescos que van reduciendo su tamaño a medida que tratamos de seguir dirigiéndonos hacia el exterior, hasta no ser más que pequeños terrones de roca, piedras y polvo flotando sobre el abismo de la nada más absoluta. Como una banquisa de hielo que se deshace, es la propia realidad la que fragmentándose cada vez más se aleja flotando en medio de la extensa oscuridad de un vacío sin fin.

La región periférica, a lo largo de toda su extensa circunferencia, está también completamente helada pues aquí no alcanzan ni los rayos de Lugh ni la tibieza de su Jareth, así como tampoco la capacidad de la propia Dyss de mantener la estabilidad de unos parajes que no es capaz de recordar con exactitud en su mente. La realidad que se encuentra en los límites de su consciencia, al ser olvidada, hace huir todo el calor de un mundo que trata también de escapar hacia el olvido, sin poder hacerse nada para remediarlo. La misma materia de la cual está compuesta Dyss, se compone y descompone en un proceso cíclico incapaz de alcanzar un punto de equilibrio, por lo que termina deshilachándose en un caos irreversible; algo que resulta muy peligroso para cualquier criatura que se encuentre en las inmediaciones. Por otro lado, todo lo que queda de esta realidad que se desmorona se encuentra en transformación continua, sufriendo cambios constantes, en un proceso desesperado de Dyss por intentar mantener la integridad de sus propios límites. Por ello, es imposible la permanencia en estas regiones durante mucho tiempo.

Esta ruptura le gana terreno constantemente debido a una serie de circunstancias que estudiaremos en otro apartado, provocando que los límites del fin del mundo vayan retrocediendo lentamente a medida que se suceden las estaciones; algo sólo conocido por unos pocos. El mundo por tanto se está deshaciendo de manera gradual, reduciendo sus fronteras cada vez más a medida que el Árbol del Tiempo extiende sus ramas.

Se dan aquí a su vez otro tipo de fenómenos; efectos inesperados y espeluznantes cuando surgen criaturas que tras haber recibido una leve chispa de génesis no encuentran la estabilidad necesaria para componer el equilibrio natural que mantenga su integridad. Estos seres se hallan a medio camino entre el mundo de las ideas y de la realidad tangible, habiéndose quedado atrapadas en un horrendo paso intermedio. Por lo general, su existencia no dura demasiado, pero su escalofriante agonía como seres incompletos las condena a una breve vida de sufrimiento sin medida.

Dyss, no sin motivo, levantó ella misma sus dos grandes fronteras naturales con la intención de impedir que ninguna criatura se aventurara hacia los confines externos del mundo conocido y, de la misma forma, impedir que los horrores del Continente Periférico pudieran acceder al Continente Central (Dyss) con frecuencia.

La primera frontera existe en la forma de un —algo inocente— Océano Circundante, donde al Centinela más demencial de todos cuantos habitan en Dyss, Tugal “El Enloquecido”, se le ha encomendado la misión de impedir que ningún barco o criatura intente cruzar el océano con la intención de alcanzar el Continente Periférico, zona prohibida —como ya habrás imaginado— para todos los seres de este mundo y el inicio del fin de todo aquel que ose intentarlo. Misión que por otra parte le brinda a Tugal una meta, logrando así mantener algo más controlado a un ser que representa, por sí mismo, la definición de la violencia fanática.

La segunda frontera se halla compuesta por una barrera natural, la colosal cadena montañosa que circunscribe toda la periferia del continente exterior. Una inmensidad que se levanta nada más arribar a las costas de Conundrum tratando de impedir de nuevo que nadie, ni criatura nativa, extranjera o Imago consiga adentrarse en el interior (o salir) del Continente Periférico.

Porque sí, todas mis palabras no son más que para recordarte que al final nuestro mundo termina en alguna parte y que nos está prohibido llegar hasta allí. Un lugar en donde al terminar la realidad, ese mismo final se convierte en la agonía que una parte de la Gran Consciencia ha de sufrir en todo momento, y contra la que también ha de luchar a fin de poder sostener su propia existencia, evitando ser devorada por una nada que le va ganando terreno cada vez más.

Quizás, sabiendo esto, es posible estar ahora en un mayor grado de armonía con un mundo que día tras día toma la decisión de existir. Una certeza que depende exclusivamente de nuestro propio grado de empatía, o del ser consciente de la desolación que se extiende más allá de los confines de nuestro mundo.

Esto les sucedió a los que consiguieron llegar hasta aquellos parajes, avistando la hermosa soledad que marca el principio y el final. Fueron muchos en realidad los que lo lograron, con la salvedad de que jamás ninguno consiguió regresar o que, simplemente, nunca nadie supo de alguien más que lo hiciese.

Al llegar allí muchos se arrojaron al abismo presas de la desesperación más absoluta; otros, la mayoría, quedaron paralizados de estupor, sabiéndose atrapados. Ante toda esta desolación es cuando el viajero comienza a pensar en el largo viaje de vuelta y cuando es consciente de que tuvo la suerte de engañar a la bestia Tugal una vez, pero difícilmente podrá burlarle de nuevo pues, con toda probabilidad, esta vez ésta le estará esperando.

Conociendo esto es entonces cuando, tras darnos cuenta de que más allá de la realidad no hay nada, llega el siempre triste momento de darse la vuelta, iniciando el largo y penoso camino que conduce de nuevo de regreso a casa…