Con las primeras flores de Mayo me hice volantes para el vestido nuevo de primavera. Caían sencillas, sin mucho entusiasmo, sin mucha iniciativa, pero con el carácter suficiente para que cada una alcanzara el lugar preciso, en el momento justo. Esa perfección tan simple, tan pulcra, a lo largo de la tela de raso. A mi gata le encantaron tanto, que la tuve que encerrar en el armario, donde tiene su escondrijo favorito, al que siempre me pide que la lleve todos los días después del café. Allí juega a dibujar animales en las paredes, muy parecidas por cierto a las que se ven pintadas en las cuevas por aquellos misteriosos hombres de las cavernas del paleolítico o del neolítico, no recuerdo. Le pediré a Creidne que me lo aclare entre uno o dos cafés.

Lavondyss.netMi gata pinta muy bien, hace cuadros preciosos que hablan de cosas lindas. Entre los pétalos de rosa que hay allí para perfumar la ropa, se recuesta, duerme y sueña. Mi gata sueña con un mundo cálido con rayos de sol amarillentos, recovecos infinitos, escaleras que suben y bajan y una alfombra delante de la estufa negra de hierro fundido. Hasta que la llamo, para que me haga algún trabajo de diseño, me cante una canción, pinte un dibujo, o me escriba una historia y así yo, poder ganarme la vida honradamente.

Mi gata también escribe un diario y yo, un blog. Bueno a veces.

Lo cierto es que casi he olvidado lo que significaba tener un diario. Yo tuve muchos. Algunos conocidos tenían los suyos. Mi hermana tuvo uno que le ocasionó un disgusto. Los diarios eran o solían ser rosas o azules, no había mucha variedad y con; ositos, gatitos, perritos, guacamayos o salamandras de fuego dibujados en sus tapas.

Ahora, (aunque ya hace un tiempo que comienzo a notar que mengua), se pusieron tan de moda, que podemos reunir todo tipo de consejos para que nuestro diario se convirtiera en un bestseller. No sé, esto es lo de siempre. Querer salir en la tele, querer ser famoso, por querer…, queremos tantas cosas.

Yo no hubiese escrito jamás algo si no hubiese tenido al principio el total convencimiento de que esto no lo iba a leer nadie. Después al ver que no era así, me consolaba pensar que este majestuoso vertedero en el que se ha convertido la red, algo así pasaría desapercibido. Lo de vertedero, es ahora, claro. Antes defendía a capa y espada internet y sus maravillosas posibilidades. Lo que pasa que, de ser un bosquecillo íntimo, laberíntico y acogedor, pues se ha convertido en una enorme montaña de basura en la que hay de todo, tal y como sucede en todas las montañas de basura de este mundo, tanto si son montañas mágicas como si no lo son. Y más que una varita mágica necesitamos una buena pala para encontrar aquello que necesitamos. No es una crítica aunque lo parezca, es simplemente aceptación tras un largo y extenso suspiro.

Mi gata sueña ahora, con las flores de mi vestido. Rumia en sueños que ejércitos de flores marchan hacia ella, mientras las espera acorralada bajo el sofá del salón. Al fin, se arma de valor, baja las orejas, se pone en tensión y ataca.

Un aire perfumado refleja la luz rojiza de colores aterciopelados, cuando la embestida rompe las filas, deshaciendo los ejércitos de la reina de picas. Los pétalos caen, suavemente sobre mi vestido nuevo. Mi vestido para celebrar la primavera. Entonces, yo abro el libro por la página ochenta y siete. Una cola de gato se escabulle por las tapas en un abrir y cerrar de ojos. El libro brilla iluminando mi rostro.

-Aquí es, por aquí es por donde iba.

-¿Cómo he llegado a esto?

Cierro el libro. El vestido es tan cómodo. No siento que lleve nada encima. Es una brisa, un suspiro, es un beso. Y en él, amanece.

Mi gata maúlla desconsolada, quiere sus flores, las que soñó y con su sueño las trajo a la realidad. Tuvo el detalle de regalármelas para mi vestido, y claro, yo no la dejo jugar con ellas. Todo cuanto quiere, es jugar y perseguir ejércitos enteros de pétalos rosáceos. Ser una heroína de cuento.

Y cerrando el libro, con mi gata ronroneando dulcemente bajo el vuelo del satén, pienso en estas cosas. En que mi gata, quiere lo mismo que yo. Ser el héroe de un cuento, de su cuento, y salir al menos una o dos veces en él, para que me pida:

-¡Cuéntame de nuevo la parte en la que salgo yo!

Y la complazco, deseando que llegue la tarde y sentarme a escribir otro cuento para ella, mientras mi gata, con ese poder que tienen tan particular, atraviesa la pared limpiamente y se interna en el otro mundo del que me trae regalos. Flores a veces, una ramita otras, tres bellotas de dulce mirada, un ratón asustado que libero inmediatamente y que se marcha muy ofendido. En ocasiones una sardina con alas de mariposa, zapatos de cristal, besos dentro de una botella, el olor de la tierra que no ha pisado un ser humano o todos los deseos que contiene algún pozo. A veces, monedas con el rostro de bárbol grabados en una cara, y en la otra, quién sabe qué rayos será eso…

Pero ya me sucedía antes, mucho antes de encontrármela en un contenedor de basura y alimentarla, curarla y criarla como buenamente pude que, ya no me hacía falta abrir el libro. Ni este ni ninguno. Pues tan solo un brillo en la cucharilla, una ráfaga de viento o un olor me lleva lejos, lejos, tan lejos que no quiero volver. Allí a veces soy feliz, otras me persiguen demonios. Demonios que no me dejan en paz, los ahuyento con bandadas de pájaros, con aullidos de lobos y todo cuanto puedo sacar de las grietas del mundo para espantarlos. Pero en muchas ocasiones no basta.

A veces cuesta regresar. Aquí, con las voces estentóreas de la gente tengo fuertes dolores de cabeza. Quiero quedarme al otro lado pero es cada vez más difícil. Apenas salgo a la calle tampoco, y tengo que hacer un gran esfuerzo, obligarme a ello. Más allá de las tres calles empedradas, el mundo me parece tan espantoso…

¿Cómo he llegado a esto?

Ha llegado gente hasta aquí, a este borde del mundo. Francamente, no pensé que sucedería. Pues levanté en Lavondyss unos muros muy altos, y una única puerta. Los que han llegado y han logrado entrar, han sabido perfectamente que el secreto no consistía en intentar saltar el muro. Con querer llamar a la puerta bastaba.

Intento quedarme, pero me voy hacia el otro lado. Y mi mente no quiere regresar. Hago sufrir a los que me rodean. Eso es lo peor de todo.

Un vestido para la primavera se demora entre mi piel llenándome de caricias. Abro el libro del que nacen todas las luces y en el que se ve la aurora boreal. Lo vuelvo a cerrar. No consigo concentrarme esta noche, ni ninguna noche hace ya varias lunas. Los recuerdos, el tiempo, los hijos de mis amigos, la felicidad de mis amigos, su sonrisa, sus alabanzas. El amor que me rodea. Y yo, con mi gata siempre cruzando al otro lado, deseando quedarme. Permanecer.

Es allí de donde provengo pues las luces de estas calles se oscurecen, taciturnas, y el aire no es ya tan ligero, ni tan fresco. Ya no me roza las mejillas, al menos esta noche no. La noche pasada, no lo sé. La luna llena me atrae, quiero que dibuje rayos entre los árboles, y perseguirlos. Sin cesar. ¡Mira! ¿Qué es aquello? Un rayo de luna, hermoso e inalcanzable que roza la hojarasca de mis añorados bosques. Mi gata sale tras el rayo de luna como un borrón, me llama:

-¡Vamos!

¿Y cómo he llegado hasta dónde estoy? Lavondyss es gigantesca, es tan grande. Enorme en extensiones, en costas, en mares y montañas. ¡Hay tanto que ver!

Hay tanto que ver, que me aterra morir. Pues siempre hay una luz distante más allá, que me convence de cruzar aquella llanura, de atravesar aquellas montañas, y remar a través de lagos en los que no se divisa la otra orilla. Hay barcos, hay grandes naves que surcan los cielos que siempre tienen el color que yo deseo. Y por supuesto, los pájaros, dueños absolutos, señores del mundo más allá del primer escalón, del mundo dentro del armario, o a través de esa pequeña grieta, de ese escondrijo de ratoncitos.

En la canastilla de pétalos de rosa que hay dentro del armario, la que puso Edith con todo su amor, duerme ahora mi pequeña gata. Luchando contra mares tempestuosos, liderando sus tropas contra el batallón que asoma tras la colina, portando estandartes con sus símbolos de jardines del otro lado del mundo. Con fragancias tan delirantes, que me llevan a abrir el libro de nuevo.

Y allí está, las aventuras de una pequeña gatita al mando de un ejército de ratones, que libran batalla contra algún poderoso mal que asola este mundo del revés. Ella sueña, y yo, le leo todos los cuentos de mi libro mágico. En el que amanece siempre en la primera página, y va a ponerse el sol en la última. Un libro, que me trajo ella misma, desde ese mundo al que tan solo pueden ir los gatos cuando les viene en gana y del cual, me trajo, regalos tan maravillosos como este. Desde ese país desconocido, de ese mundo, más allá de las colinas centelleantes. De aquel lugar del cual trajiste mi nombre.