Eclipse
Fotografía: Pablo Chinea

Y como las horas del dia, se tornan oscuridad, este instante es siniestro en la conciencia. Que los terrores e infancias de la mente se me hacen largos y agotadores. Cuando en momentos de duda caigo por la falla de mis pensamientos. Y la tierra vuelve a mí al igual que ella me vio nacer.

Miro el cielo y veo la belleza, sintiendo que la belleza de la perfección es inalcanzable, como los cuerpos que vagan por los cielos.

Tuve amargo despertar tras otra noche de pesadillas. No puedo ver la estación de las nieblas en la oscuridad de mi propia ceguera. Los actos se contradicen por una pasión que me gobierna y que dicta sus leyes.

Y en este eclipse, espero que de nuevo retorne la luz a mí, pues la tierra a quedado fria, mientras las bestias se esconden y yo vago sin rumbo. Por el dolor de todos mis pesares, por la sustancia de mi propia locura me escondo también. En un momento de oscuridad.

EL decimotercer dia del equinoccio de Otoño, vino la sombra.

El sol se oscureció, con un disco ajeno a todos nosotros. Y dejó en tinieblas al mundo.

Todo perdió color, los árboles se tornaron grisáceos y parduscos. Lavondyss, se sumió en la oscuridad. Ni las flores exhalaban su brillo, ni yo mismo, pues todo fue efímero en la distancia del tiempo.

Kalessin llegó, y podía sentir la propia pesadumbre de su corazón. Abatido, plegó sus alas, ahora añejas y ajadas por la edad. Ni su broncínea armadura brillaba tampoco. Y respiraba un cansancio de eras sin nombre y olvidadas.

Mathew aguardaba en mi hombro, y el propio Tom se hallaba oculto en algún rincón. No podía encontrarlo.

-Se aproxima, Edanna. El hijo de Urano, está muy cerca ya. – Debes partir. – Me dijo Kalessin, con la voz rasgada. -Aquí también se aproxima el fin de mi ciclo, para todos los imagos de mitos la rueda del tiempo es finita.

– Pero rueda – le dije.-

El acantilado se encontraba sombrío, y una bruma espesa no dejaba ver las aguas. Todo eran tinieblas. Había perdido mi propia fuerza, y todo cuanto me rodeaba se hallaba sin color, en tonos de gris y sepia, como viejas fotos arrrugadas por la edad.

– Tienes que marcharte – Acertó a decir de nuevo el viejo dragón.
-¿ Y qué será de tí? -le pregunté
-Terminaré con mi propia historia. Una historia que enlaza con la tuya propia.

Sentí una pena inmensa. Por él y por todo cuanto me rodeaba. ¿ Cómo era posible, que de repente todo se hubiese precipitado de este modo?

– Tu propio cansancio, – dijo Kalessin – hace que Lavondyss se desvanezca. Debes recuperar la fuerza. No estás preparado para enfrentarte al Mudador.

– EL Mudador…- repetí por lo bajo.

El hijo de Urano no tiene piedad, el parricida no conoce la compasión, y es libre de las cadenas del tiempo. No es el momento para tí, debes internarte hacia el centro, debes partir ya. – Me apremió Kalessin con su voz de barítono.

Ni el viento, el otro viento que siempre azota Lavondyss, soplaba ya. Todo se hallaba suspendido en el silencio. La pesadumbre se había apoderado de todo cuanto había creado. Y en algunos rincones, comenzaban a desdibujarse partes y esencias de todo aquello.

– Kalessin – le dije – Adios viejo amigo

– Adios Edanna, que los favores de la Diosa estén con vosotros. Espero que encuentres lo que andas buscando. En el interior de la vieja región prohibida.

Hombre y Dragón, se despidieron, con el sol detrás, oculto por un disco insondable de tinieblas. Al pie del acantilado, como estaba escrito en la propia historia de Kalessin. Y en la mia propia.

– Adios…

Maede me esperaba, con la sonrisa triste en su rostro. La tomé de la mano y con paso firme, nos internamos en el bosque, alejándonos de allí. Hacia el corazón del bosque.

Sufría por ella, en silencio. Por aquel eclipse, por aquella oscuridad. Y por todo lo que era capaz de hacer, y no hacía. Perdido en mi propio bosque.

y así, nos internamos en la región desconocida.