La luz de la luna entró por mi ventana y me despertó.
Intenté recordar si había tenido pesadillas. No, no he tenido. Se cumplió el don del árbol de Edea.
Me la imaginé acurrucada en su camita, allá en casa de su tia, y me invadió la ternura.
La luna brillaba de forma mágica esta noche, cálida y amarilla, al estar baja en el horizonte, distorsionada por el aire caliente de la atmósfera.
Pensé en los saltamontes. Me gustan los saltamontes. Cuando se suben a mi brazo los miro como un chiquillo mira algo nuevo y maravilloso. Recordaba su tono, exacto al tono del pastizal.
La política de los insectos, pensé en la política de los insectos. Es la mejor política.
Los insectos no tienen política. Por eso están con nosotros desde el inicio de los tiempos, y por eso serán los últimos en marcharse. Su anarquía, funciona.
Miré a mi lado, ella dormía, pesadamente. Desnuda e iluminada por la cálida luz de la luna de verano.
La conocí hace tiempo en mi trabajo. Una aventurera, hermosa, y con el nombre de una princesa de antaño. Un nombre que forma parte de las leyendas.
Viaja mucho, ahora se marcha al Sahara.
Me sorprendió su voz rasgada.
-¿has tenido pesadillas?
– No, esta noche no. Contesté. Esta noche no podía tenerlas.
-¿ Y eso?
-Por lo que te conté antes sobre el paseo por el bosque.
– Ah, rie, me alegro mucho Eda.
«Edanna»…resonaba en mi cabeza…Una punzada de dolor, un recuerdo lejano. Edanna es mi nombre…
Otra punzada, silencio.
– ¿Porqué te llamas Edanna? ¿Es tu nick no?
Me sorprendí, se repetía la misma escena, una escena que ya había vivido, la pregunta, la explicación. Siempre iba conmigo a todas partes.
La punzada al recordar esa misma situación en el pasado.
– Edanna es mi nombre si, es mi pseudónimo. Me gusta. Fernando es vulgar, aburrido, cotidiano, nadie se fija en él cuando va por la calle. Nadie habla conmigo en la misma cafetería a la que voy todas las mañanas a leer desde hace meses. Soy un ser invisible y corriente. Triste y solitario. Ni siquiera me siento observado. Es vanidad. Puede ser. O mi necesidad de atención. O mi tedio por la rutina del dia a dia.
– Edanna me hace sentir diferente, fuerte y capaz. Una dama respetada. Con ese nombre, firmo mis obras.
– Bueno dice ella, tener un pseudónimo me parece genial. Pero, ¿porqué femenino?
Me rio: de nuevo la punzada.
– En realidad Edanna es un nombre masculino, es celta. Si escribes una sola n, Edana, entonces es femenino.
Ella rie de buena gana.
-Y me comenta: Recuerdas, fer, cierta vez te dije que a mi me parecias un árbol grande y fuerte, me das sensación de seguridad, por eso me gustaste aquella vez. Por eso me gustas.
– Me remonto al pasado, si me lo dijo en la cafetería del trabajo, un árbol. Busco la conección con los hechos de esa tarde.
– Es bonita esa similitud, es todo un halago. Gracias.
– Ella rie.
Y es verdad, a veces he sentido deseos de convertirme en un gigantesco roble. Me gustaría poder elegir. Si tuviese que elegir morir, o convertirme en un árbol, no duraría un solo instante en alzar mis ramas al cielo. Y permanecer así, latente. Dormido, pero vivo. Al arrullo del viento.
No sabía que hora era ni me importaba, nos habíamos entregado al cariño esa noche. Casualmente ámbos necesitados de lo mismo. Un intercambio de deseos, de pasiones y de susurros bajos. De caricias y torbellinos en la noche cálida. Me sentía en paz. Como si me hubiese lavado el alma.
-¿Porqué te marchas al Sahara? le pregunté.
– El desierto es limpio, me contesta. Recordé esa misma frase en algún libro, o película, pero no le dije nada.
-¿ Huyes? le pregunté
– Puede ser
– Ya sabes que vayas donde vayas, todo lo que llevas contigo hará las maletas también.
– Pero allí me sentiré serena, bajo las estrellas del desierto, todo es diferente. Allí me siento feliz.
La envidié por unos instantes. Un lugar de purificación. Un lugar de encuentro con los sueños. Un lugar como el árbol del verano.
-El desierto si, el desierto es límpio, igual que cuando yo navegaba. El mar me hacía sentirme limpio. En paz.
– Si , es algo así, me dijo.
Un silencio, pero cómodo. Se mantuvo durante un tiempo.
– ¿ Y a tí? ¿ Qué te pasó? me dijo, rompiendo el silencio.
– Que me enamoré.
Mi gata ronroneó cuando la acaricié entre sus sueños de felino.
Ella se recogió el cabello desordenado.
– Los románticos como tú no pueden enamorarse, se queman demasiado si sale mal. Comenta.
-Y le respondo: Pero el brillo cegador, que veo mientras dura, me hace sentirme tan vivo, que no me importa que me consuma por completo. Ya sabes la cita aquella de bladerunner. La luz que brilla que el doble de intensidad, dura la mitad de tiempo.
-No quiero vivir de otra manera, ese sentimiento. Quiero disiparme como una polilla si hiciera falta. La luz más brillante. No quiero otra.
No, no quiero otra cosa, quiero lo que he decidido querer. Eso me hace ser quién soy.
Nos entregamos de nuevo al deseo, su cuerpo es hermoso, y me invade la ternura. Me entrego por completo. A la luz de la luna que ya desaparece por un quicio de la ventana, respiro. Me duele la columna, pero me rio.
De nuevo comienza el ritual, de nuevo las mismas preguntas. Punzada, Recuerdos.
– ¿ Y esta cicatriz? me pregunta.
– Un coche me atropelló ¿no te acuerdas?
– AH si, recuerda, se dio a la fuga, ya, perdona.
– No importa, le digo sonriendo, en verdad que no me importa.
-¿ Y que lé pasó a tu pierna?
-Me la segó la valla de la carretera como una guadaña, la volvieron a unir. Le contesto.
El ritual seguía, lo mismo que en el pasado…
– ¿Y esta?
– Una varilla entró por el costado y salió por aquí.
Ella mira, curiosa.
-¿ Y esta?
Los tubos de drenaje
– ¿ Y esta de aquí?
– Un trozo de chapa, atravesó la rodilla.
-¿ Y esta larga?
– La operación para cambiar el fémur por uno protésico.
Estoy a punto de reirme.
No puedo más me rio.
Reimos
– Pero las peores cicatrices, le digo, son las que llevamos dentro, eso ya lo sabes.
– Ella guarda silencio, me besa y se va quedando dormida.
Una polilla ardió, la vi arder, la vi morir, gritó envuelta en llamas. Esa cicatriz, es la peor de todas. Y se lleva dentro, quizás cuando me convierta en árbol, se borre. Por el simple hecho de dar cobijo a los caminantes, a los caballos del pastizal. Quizás así se borren las pesadillas. Vienen conmigo a lo largo de mi vida. Y no se irán. Pero las mantengo conmigo, en mi caja de recuerdos, como algo único que no se debe olvidar. No hay justicia divina, las cosas ocurren. Somos hojas, si, pero ahora quiero dejarme llevar.
>Me duermo. Y no tengo pesadillas.
Al despertar se ha marchado, me ha dejado un mensaje precioso. Me traerá algo del desierto, ella sabe que algo antiguo, yo sé que algo antiguo.
Le deseo lo mejor. Y decido, que antes de la operación me voy a Praga.
Salgo de mi casa, y pongo rumbo a la cafetería.