Una vez me preguntaron: -¿Y a tí, quién te inspira?

-Pues quién va a ser, los demás. -Respondí.

De vez en cuando, salgo a pasear, y en las regiones míticas, hay tantos y tantos rincones silenciosos, tan entrañables, que la lista se va alargando, y alargando…

¿Puedo?

Vía: El Árbol del Invierno: Sopa de Piedra

Este es un cuento que solía contarme mi padre…

Había una vez un mendigo que iba de pueblo en pueblo pidiendo un poco de comida. Sin embargo, los tiempos eran muy duros, y la gente encerrada en sus casas a penas tenía qué comer. Cuando el mendigo llegó a uno de los pueblos, nadie quiso abrirle la puerta. El mendigo se entristeció mucho; apenado por el egoísmo y el miedo de aquella pobre gente. De noche, con frío, alcanzó por fin la plaza del pueblo.

Por supuesto, desde sus casas todos le miraban. Era un mendigo, y además, extranjero. Iba gritando por la calle.

En la plaza, el mendigo recogió una piedra del suelo, y exclamó con alegría.

– ¡¡Oh, una piedra de sopa!!

Armó tal escándalo que pronto un hombre le gritó desde la ventana que dejara de hacer ruido, que nadie podía hacer sopa con una piedra.

Eso no es cierto – Respondió el mendigo – Sólo necesito un poco de leña, una olla y agua.

La curiosidad picó al hombre de la ventana, que bajó con la olla y un poco de leña.

¿Dejarás que la pruebe?
Más que eso – Dijo el mendigo – Prepararé suficiente para todo el pueblo. Esta piedra da para mucho.

Y dicho esto, puso a calentar agua del pilón bajo la atenta mirada del hombre y de algunos curiosos más desde sus ventanas, removiendo de vez en cuando, con la piedra al fondo de la marmita.

Al cabo de unos minutos, probó un sorbo.

¡Ah! – dijo – Excelente. Es una lástima que no tengamos un poco de sal; es justo lo que le falta.

Rapidamente uno de los curiosos bajó un poco de sal, que añadieron a la sopa. El mendigo removió un poco más, y al cabo de unos minutos volvió a probar el líquido.

Mi madre preparaba esto con un pequeño chorro de aceite – se lamentó – Pero tendremos que conformarnos con esto.

Una mujer, que se había acercado a la puerta tapada con un mandil, dijo
– A mi me queda un poco de aceite. Podemos añadírselo

Y entrando en su casa, trajo el pequeño frasco del que el mendigo añadió unas gotas.

Así, poco a poco cada habitante del pueblo añadió algo a aquella sopa. Unas patatas, una cebolla, unas zanahorias. Finalmente alguien sugirió que cualquier sopa estaría más sabrosa con un trozo de jamón que él guardaba en su casa. El mendigo sonrió, y aceptó el ofrecimiento.

La pequeña marmita fue cambiada por una mayor, de modo que todo el pueblo, poniendo cada uno un poco de lo poco que tenía en sus casas, haciendo un gran guiso con el que todos se alimentaron.

Al acabar, el mendigo recogió la piedra, la limpió y la guardó. Nunca volvió a vérsele en el pueblo.