Un día, contra todo pronóstico, comenzó a llover hacia arriba.

Hay mucho trovador listillo, con prótesis dental incluida -de haberse inventado-, que incluso hubiese insistido en negarlo categóricamente. Pero no, la realidad se impuso aplastante, genuina y vertical. Más honrada que un mondadientes.

Las finas gotas, que de paso traían consigo un frio de mil demonios, venían alegres, exultantes de arrojo, a toda velocidad, aullando de fervor… a lo bestia vaya. Para, a escasos centímetros del suelo, acobardarse repentinamente describiendo un brusco giro capaz de descoyuntar los miembros de un creyente.  Tal y como sucedería si pretendieses esquivar un jarro de chocolate que algún mozo despistado, accidentalmente te arrojase por encima.

fragilMás veloces que en la venida, la ida se manifestaba de forma repentina en un ascenso sin vacilaciones, impulsadas por vete tú a saber qué narices de ley de la madre naturaleza, que de amor de madre no tiene nada y si mucha mala leche por cierto. Lo cierto es que la subida es veloz, firme y de ideas claras. Aquellas gotas suben y suben, y suben y suben, hasta perderse más allá de las mismísimas nubes que con dolor ese día las parieran.

A donde van, nadie lo sabe, o al menos nadie conoce a nadie que tenga alguna pista. Pero más de una vez, algún sabio local, o alguna bruja itinerante, al ver las gotas subir alegremente hacia los cielos, levanta la mirada y moviendo la naricilla, sonríe levemente, intentando disimular algún pensamiento que resultase, a ojos de alguien intuitivo, con conocimiento o lo que es lo mismo; con tres luces, una pista de la verdad que se llevan consigo las gotas de lluvia y de sus idas y venidas… o de los pesares que les acontece al enfrentarse al duro suelo, logrando así que tomen tal decisión.

Desde el primer día en el cual se advirtió tan curioso fenómeno, se lo denominó y nadie sabe por quién, como suele suceder: Lluvia frágil o Lluvia de los poetas. Pues por todos es conocido que tales individuos, entregados a su arte y sin más afán que dar rienda suelta a los anhelos que -por lo general dolorosos-, alimentan su inspiración, levantan la vista hacia las nubes o a las estrellas del firmamento -lo que hubiese antes-, para dejar revolotear sus versos más o menos inspirados hacia las alturas, impulsados por el fuego de la pasión arrebatada, con la esperanza de que en el caso poco probable que algún dios misericordioso acertara a escuchar tales estrofas, se dignara otorgar alguna dádiva al artista. Por pequeña que esta fuese.

Y no es cierto que tan extraño fenómeno del todo natural, obedezca a maldición de brujo, demonio o sea el resultado de ofensa divina alguna pues, aunque desconozco  la causa exacta, si diré que es un elemento más de una extraña tierra, maravillosa en toda su extensión, que aunque no exenta de peligros -pues declarar lo contrario sería una gran necedad-, si otorga dones que sin saberlo, iluminan los senderos de muchos, enseñándoles así el camino de la felicidad.

O al menos una pista.

Pero como normalmente y por desgracia suele suceder, estos son detalles que dejamos pasar, apoyados de tal o cual tronco a la vera del camino, mientras buscamos en los árboles que siempre crecen más allá, al otro lado de la colina. Donde por cierto, siempre buscamos la hierba más verde, más alta y más hermosa.