Los programas nos rodean. Podemos encontrarlos por todas partes. Pequeños organismos digitales que conviven con nosotros dentro de nuestros dispositivos electrónicos. Invisibles líneas de código marchando al compás de los ciclos de reloj. Un mundo fascinante y desconocido para la mayoría. Empleamos la tecnología en nuestra vida diaria sin sospechar los procesos que se inician con la simple pulsación de una tecla.

Pero los programas también se perfeccionan, se optimizan, evolucionan… En cierto modo no se diferencian mucho de nosotros. Máquinas biológicas programadas para corregirse a golpe de mutaciones aleatorias, tan lentamente que somos incapaces de experimentar sus efectos a lo largo de nuestra existencia. En ese sentido los programas nos llevan ventaja. Disponen de una evolución guiada. Sus mejoras son conscientes, destinadas a un fin. Al contrario que los humanos, ellos tienen el privilegio de contar con un mediador capaz de elegir de forma directa su camino evolutivo más óptimo. Esto les ahorra tal cantidad de tiempo y caminos sin salida que resultaría comprensible que terminásemos envidiándolos. Como humanos carecemos de un dios “real” que vele de esa forma por todos nosotros.

System Shock

En esa búsqueda de la perfección evolutiva con su entorno, este juego adopta una premisa que a su vez se construye sobre una ironía. Lejos de conformarse con seguir su propio camino, los seres digitales desean emular a su creador, hacerse uno con el usuario y entrar a formar parte de su mundo de imperfecciones. Este camino los conduce a encontrar lo que nosotros como humanos hallamos un día por accidente: la comprensión de que en ese proceso de evolución también se encuentra otro tipo de avance mucho más filosófico, la búsqueda de la trascendencia. Poder llegar más allá de lo que nunca pensamos que fuese posible liberándonos de las ataduras del mundo físico en el proceso. Un deseo de expandir nuestra consciencia para poder comprender mucho mejor el mundo que nos rodea y encontrar al fin las respuestas a tantas preguntas que andamos buscando.

Este juego trata sobre esa búsqueda. Trata sobre la evolución de los programas como pequeñas máquinas de código. Esbozos algo ingenuos de nuestra inteligencia creados en un afán de encontrar la esencia del "yo" con la que aspiramos a conocernos mejor a nosotros mismos. Trata sobre lo que podría sentir un programa si tal cosa fuera posible.

Libélula ScrollEste juego hace dos propuestas al jugador: la primera le plantea adoptar una nueva mirada que le permita percibir el mundo digital desde otro punto de vista, actuando en consecuencia. La segunda le invita a que sea él quien invente el futuro, no que sea el juego el que se lo cuente. El futuro es demasiado incierto para limitarse a una sola visión.

Por esta razón Scroll no se apoya en ningún género en particular. Parte del juego consiste en que sus jugadores encuentren el lugar donde se sientan más cómodos entre los dos mundos que componen ciencia-ficción y realidad. Que busquen el estilo que más les guste o que inventen el suyo.

Si aceptan el desafío no estarán solos. Disponen de algunos recursos a los que pueden acudir buscando inspiración. Por eso en Scroll se hace un repaso a muchos de los esfuerzos que se han hecho hasta ahora por expresar de formas tan creativas el universo de la comunicación y de la información. Películas que nos han transportado a un nuevo mundo. Novelas y comics que nos muestran distintas formas de entender el mundo digital, pues arte y ciencia son indivisibles. Universos fascinantes llenos de encanto y misterio. Un infinito cosmos que, aún siendo invisible, hemos construido alrededor con nuestras propias manos.

Bienvenido al universo digital. Bienvenido a Scroll.

Este texto fue escrito la noche de Navidad, 24 de diciembre de 2014.

Edanna

Edanna, sello personal