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Se llamaba Matoula y como veremos, tendrá un importante papel en los acontecimientos que se desarrollarán a lo largo de toda esta historia…

Pero antes, si me lo permites, me gustaría hablarte de mis primeros 36 metros cuadrados.

Se trata de unos 36 metros cuadrados muy importantes y que fueron decisivos, en su momento, en mi vida. Y aunque no te lo creas, en este texto también se habla de juegos de rol. ¿He escuchado a alguien reírse allá por el fondo?

Así que no te vayas aún mi querido “promedio-de-estancia-en-el-sitio-de-3-segundos…” y siéntate un rato por ahí, que hay que ver cuanta lata me das y cómo eran los días más felices ―e ingenuos―  antes del advenimiento de Google Analytics.

A los veintiocho años, y pico, me compré mi primera casa.

Cualquiera diría que voy comprándome casas por ahí como si nada. No diré ni “ojalá” ni “si yo pudiese” ni nada de eso, no, en absoluto. En estos momentos ya me pesa demasiado la responsabilidad de las propiedades; una carga tan pesada que ni el anillo de Bilbo le llega al talón de Aquiles. Pero aquellos primeros 36 metros cuadrados “efectivos” que me vendieron por 42 metros cuadrados “supuestos” a precio de 54 metros cuadrados “inexistentes y desvergonzados”, tenían un no-se-qué muy especial. Tras cosas como esta, no me extraña que un mal rayo haya partido en innumerables pedazos a la mayor parte de los constructores a lo largo y ancho de la piel de toro, muchos de forma más que merecida.

Magic doorTardaba yo en pasar el mocho a mis propiedades unos doce minutos exactos de una punta a otra de la casa, y hasta tiempo tenía de sacudir la alfombra, zarandear a la gata y pasarle debajo de su cubeta de arena. En esos doce minutos se contaba con un par de ojeadas a las tonterías que discurrían y discutían por la flamante pantalla cuadrada de mi televisor de tubo de unos cuarenta kilos de peso muerto, daba para un descansito entre dormitorio y sala de estar ―únicos dos espacios en la casa además del cuarto de baño―, y me permitía hasta un par de traguitos de “Viña Eguía” que, por su relación calidad-precio, era lo mejor que se podía permitir una funcionaria con contrato indefinido; sí, una vez los hubo; sí, una vez Edanna fue funcionaria, sí. Total, que a veces, con la nariz colorada como un tomate, Edanna, lalaralarito, así limpiaba su casito.

Contaba yo entonces con mi ánimo y con un cubo para toda la mansión, y un taponcito de aquellos; que total, con una garrafa de jabones perfumados me daba para casi un año entero…, uno y medio apurando. Con un solo repuesto del cabezal de la Vileda me dio casi para un lustro sin despelujarse lo más mínimo y aún lo podía usar de peluca en los carnavales. Una vida era aquella entera de lujos. ¡Qué tiempos!

Ahora, aquí donde se extienden las sombras,  tardo en pasar la fregona unas tres largas y penosas horas, lo que da para escuchar la mitad del repertorio de mi Mp3, que ni es de Apple ni lo será jamás. Cuatro cubos, tres repuestos de fregona cada pocos meses…, chorros y chorros y decenas y decenas de taponcitos…, garrafas y garrafas de friegasuelos tres veces más caros que aquellos, allá en la lejana Europa… allí donde también se extienden las sombras…

Entre cortar el césped y escapar de los abejorros colorados ―profiriendo grititos mientras corro de un lado a otro agitando los brazos― me puedo fundir otras dos horas y media más, como mínimo, sin esperanza de disminución de la jornada. Eso si el sol implacable no me provoca un soponcio, o el frío voraz unas serias congestiones nasales y dolores de garganta o no se me congelan las manos y la nariz antes de todo eso. No hay más remedio contra todo esto que botecitos de buenas drogas etiquetados a mano, incluyendo los remedios contra las picaduras de los insectos (si son de los abejorros he tenido entonces suerte). Total, que las más de las veces termino jadeando y con la lengua fuera.

Y ahora es cuando yo más me parezco al rey Théoden que, lastimero y con una florecilla “Silver Mine” en la manita, se lamenta por su mala fortuna en prosa poética frente a la tumba de su bien amado hijo, fallecido de muerte violenta, y no por culpa de un abejorro precisamente…

***

…Pero más se lamentaba Matoula, que junto con sus tres hermanos, una hermana, padre, madre, abuela, dos gatos y tres pajarillos en su jaula, disfrutaban todos juntos de su mutua compañía los unos de los otros en aproximadamente 36 metros cuadrados ―sin contar un pequeño balcón y un jardincillo que antes denominábamos: “el huertito”― allá, en una pintoresca villa en no sé qué montañas perdidas de Grecia.

Matoula, como todo el mundo,  soñaba. Soñaba mientras cortaba la Feta para la ensalada y los nabos para hacer la sopa. Soñaba mientras desplumaba con vigor una gallina para hacer la cena y mientras cercenaba con habilidad las cabezas de los pescados que su padre traía en su barquita de pesca cada pocos días.

Unos sueñan con el mar y con su vasto horizonte, otros con recorrer los caminos en busca de la fortuna y de la gloria; algunos sueñan con hacerse una foto junto a la selección española, algunos sueñan con que la hierba bajo sus narices nunca crezca más allá de medio palmo, otros sólo sueñan con sexo y otros…, hay otros que hasta sueñan con México

Pero la chica lo que más anhelaba era conocer a su amor, como cualquier otra chica de 17 años, sobre todas las cosas. Pero he aquí que la chica no tuvo que soñar demasiado pues el destino le plantó delante de las narices a un polaco con un código genético particularmente excepcional en cuanto a estar cachas y buenorro se refiere. Canon de belleza sin igual, es decir, ser perfecto de la punta de los pies hasta los últimos pelos de arriba de la cabeza.

Pero lo más importante, como suele decirse, está en el interior (risitas ahogadas). Bien, este no era el caso.

Por desgracia ―algo que Matoula no iba a tener oportunidad de comprobar pues se trata de cosas que se disimulan la mar de bien― todo aquel montón de óptimo código genético albergaba un narcicismo que despuntaba como los primeros rayos de sol en una mañana de primavera; se estimaban en unos cero grados Fahrenheit la medición de su nivel educativo; su nivel intelectual no quedaba mucho más allá de lo justo y necesario para poder escribir y dibujar los palotes sin sacar un algo la lengua así, de medio lado; y lo peor, es que ocultaba el germen latente de que cuando aquel semental tomara consciencia de lo que significaba Internet ―red de redes capaz de unir a todas las consciencias en una única gran aldea global―, sólo sería capaz de vislumbrar sus grandes posibilidades como recurso gratuito de material pornográfico audiovisual, para-el-resto-de-su-vida.

Pero ¿qué importará eso? Así que Matoula, enamorada, se abalanzó sobre los brazos abiertos de aquel que ya veía la oportunidad de poder echarse alguna novia ya que, si bien estaba de paso, la vida hay que aprovecharla a cada instante y no dejar escapar las oportunidades. La mujer cuando quiere, el hombre cuando puede, como suele decirse.

Pero la chica cometió el mayor error de su vida pues, encandilada por el amor, fue así mismo traicionada por su propia inocencia justo cuando su madre, ilusionada por la futura unión, ya llevaba tejidos más de cuarenta metros de velo de novia con encaje de bolillos… La razón de su error, sin el previo aviso de su sabiduría debido a su inocencia, vino de la mano de:

Su buena, afable, simpática y…, lo peor de todo: tan hermosa, única hermana.

Allí se plantó y en cuanto sus miradas se cruzaron un rayo meteórico cruzó el espacio-tiempo, haciendo saltar en pedazos una de las lunas de Júpiter y desviando el curso de Titán, evaporándose sus mares de amoniaco; haciendo que todos los trenes que en ese momento se cruzaban los unos con los otros, detuviesen su rumbo, para ponerse de nuevo en marcha en una misma y única dirección.

El guapo muchacho de raza aria, familia aria, abuelos arios y un gato abisinio, al ver a la hermana de Matoula, comprobó que el otro vehículo traía más cosas de serie y que el aire acondicionado, radio-reproductor Dolby Sorround y GPS incorporado sí que eran imprescindibles, ¿¡pero en qué demonios estaría él pensando!?

La muchacha, que aún ni sabía utilizar correctamente un abrelatas y que ayudaba a su padre en las tareas de remiendo de las redes tras la dura jornada de pesca, con su larga melena negra y lacia brillando al sol de la hora de la merienda resultaba ser, entre algunas otras, una de las chicas por las cuales todos los mozos soñaban todo tipo de cosas que si-te-las-digo-me-vas-a-pegar.

Y así, entre despunte y puntilla, se abrió paso la muletilla; y vino para quedarse, como suele suceder.

Matoula, desconsolada, se escondió en las negras profundidades de la tierra, allí donde se extienden las sombras, para no volver a ver el sol. Soñando con su grande, hermoso y preciado anillo, un inexistente anillito de oro, un anillito de bodas, que la ladrona de su cruel hermana allí mismo le robó. Y languideció, y murmuró mientras limpiaba el pescado…, y se convirtió en una criatura esquiva que las noches de luna llena conjuraba para que el mayor mal que existiese, allá en los cielos, cayese, aquí en la tierra, sobre la feliz pareja; sin importar los daños colaterales.

Entonces, la muchacha no sabía que peticiones y conjuras se le hacen a una tierra que, entre otras cosas, está bastante sorda la pobre.

Así se sucedieron las estaciones hasta que él, harto de no poder ir a ninguna parte ni hacer ni deshacer, decidiera marcharse lejos, allá, al oeste, con el fin de prosperar y tratar de ver si se le daban mejor allí algunas de sus manías, y de paso comprobar si se podían hacer realidad alguna vez la mayor parte de sus caprichos. Lo que ella hiciese le tenía más bien sin cuidado pues oportunidades de estar con otras mujeres no le faltaban. Pero ella, enamorada, lo seguiría, es más, lo siguió. Lo siguió hasta la mismísima muerte, o al menos tenía así intención de hacerlo.

Así que haciendo la maleta se marchó al nuevo continente junto a él, donde había un poco de todo pero las sombras no parecían entonces ni tan amenazadoras ni tan extensas y hasta se podía trabajar dignamente sin necesidad de terminar cuatro carreras, dos másteres y un doctorado de cuyo nombre no quiero acordarme, para poder aspirar así a sacar unas cómodas oposiciones, a ver si hay suertecilla…  Todo es cuestión de actitud, dicen. Yo creo firmemente que cuando te rompes una pierna allí es bastante posible que haya algo más. Y que no sólo se trata de que una lo que tiene es un: “talante negativo”.

Pero el amor, si no se airea y no le da el sol, tiene fecha de caducidad. Así que todo aquel amor ―que algunos llamarían sexo―, se vino abajo a los siete años junto con toda la vajilla, despedazándose en miles de diminutos fragmentos que canturreaban al compás de los primeros temblores del terrorismo internacional. Siete años, plazo máximo que cualquier aspirante a las ciencias ocultas sabe y reconoce como un tiempo concreto, fiable y vigoroso para la consecución de cualquier compromiso, efecto o filtro mágico. El siete, es el terrorífico número que habrás siempre de temer y de recordar, sólo después del tres, por supuesto. Por detrás del tres, recuerda, siempre irá el siete.

Por aquel entonces, Matoula, que se había quedado en aquel su viejo país, ya había conocido al que sería el hombre de su vida, que amarla, la amó profundamente, más de lo que jamás imaginó y con el que tuvo dos preciosas hijas, una de ellas con un gran parecido a su hermana emigrante. Así pues, para expresarlo con claridad, se escapó de una buena, y de muchas otras desgracias que le acontecerían a su hermana, con la que el tiempo, las puestas de sol y la brisa de la media tarde ayudarían a poner todas las cosas en su lugar y traerían de vuelta la armonía entre las dos; como debe o debería ser.

“No hay mal que por bien no venga”; nunca sabes lo que ha de traerte la vida…, lo decía hasta el Sr. Benjamín; píldoras de sabiduría que llamamos refranes, o cualquier otra cosa parecida, y que son perfectos para imprimir en las cajas de cerillas y así tener algo que hacer cuando visitamos el retrete. Pero por suerte, cada uno siempre tiene su contrapartida, por lo que, si +1 y -1 suman: cero, todo queda en tablas y podemos jugar bajo las mismas reglas. Un equilibrio necesario, y hasta de tan mágico que resulta que se convierte en majestuosa elegancia en el orden y movimiento del fluir de la vida.

La hermosa, oscura y maldecida hermana de Matoula, cuyo nombre no citaré aquí, se convirtió en una próspera profesional en su rama de estudios, compró algunas propiedades que posteriormente alquilaría dándole beneficios y allí, en el nuevo mundo, cuidaría de la única hija que fue fruto de aquella desafortunada unión, una preciosa niña blanca como la nieve y ojos azul marino, que crece y crece y todo lo devora, anhelando aprehenderlo: mundo, sueños, metas e ilusiones.

Ni me lo dijo Pérez y ni yo soy ninguna profeta, es más, tampoco es que tenga yo demasiado de Concha Velasco a la que le tengo mucho cariño pero, de todo siempre se sacan cosas provechosas, se puede aprender y si una está ojo avizor hasta medra en la dirección correcta aferrándose incluso a todo lo malo; siendo lo bueno un descansito a la vera del camino y lo malo algo de lo que aprender. Yo siento de vez en cuando que lo aprendí tarde, pero negarse una y otra vez uno mismo es de necios pues ¿acaso se niega el mundo a sí mismo? No conozco todavía un solo tornado que haya pedido disculpas tras salir de juerga.

Anoche jugué con su hija, con la niña, por primera vez dirigiéndole su primera partida de rol. La primera de su vida. Fue tan emocionante…

En su mirada resplandecía la luz fulgurante del que sueña y ampara sus sueños como si una estrella naciera en las nubes resplandecientes de un criadero de estrellas más allá de Alfa Centauri.

En la historia, ella, una hechicera novata pero muy astuta, se involucraba en la historia de dos hermanas…, dos hermanas que vivían en un pueblo ubicado en una región donde conviven dos culturas, invasores e invadidos ―tal y como convivían los romanos con los pueblos que ocupaban―. Ambas se enamoran de un general del ejército invasor que, acantonado en la zona junto a las tropas, convive en una tensa estabilidad en la provincia invadida, en la cual tiene como misión el cobrar los tributos recorriendo los caminos, las villas y los pequeños pueblos. Allí conoce a las dos hermanas y éste, tras juguetear un algo con las dos, se decide por una de ellas, a la cual toma por esposa.

De la unión de ambos nace una niña que es envidiada por la hermana despechada, que ansía venganza y traer la desgracia a la joven pareja. Para ello, contrata a tres esbirros para que rapten al bebé y lo lleven muy lejos, abandonándolo frente al portal de alguna familia de campesinos con la esperanza de que ellos lo críen. Pero para encontrarlos ha de primero de seguir una serie de pistas, consultar a un oráculo, preguntar a personajes secundarios que puedan ofrecer alguna información y, finalmente, adentrarse en la guarida de los bribones y así descubrir los oscuros planes de la hermana.

Así, nuestra recién estrenada heroína, con la mirada puesta en algún lugar de Las Tierras de Dyss  y la mirada fulgurante por la emoción de su primera aventura imaginaria guiada por un profesional ―sí por un profesional, pues no olvides que eres un profesional contando historias interactivas― ha de buscarse, sin saberlo, a sí misma. Pues la historia, como ya te habrás dado cuenta, refleja los sucesos de su madre, de su tía y de su propia historia; todo hilvanado partiendo de los hechos de la vida de todos ellos. Niña y madre, jugador y personaje; un juego de hilos que trenzan una larga cuerda que sigue el curso del tiempo hasta las lejanas distancias de la imaginación.

La magia existe, pues sólo nosotros podemos hacerla posible, cada día, mediante la creatividad; aunque he de decir que, por desgracia, suele ser algo que se suele confundir con un deseo de evasión descontrolado, siendo ahí cuando entonces me detengo y me doy media vuelta.

La creatividad compartida hace posible una magia, tal y como hace Pat Metheny al tocar su guitarra sintetizada en la canción que te he recomendado o tú, al narrar una historia, tras haberte puesto de acuerdo con tus jugadores. Una magia capaz de transportar de una forma que jamás se olvida, de una forma que sólo la música, entre otras, es capaz de hacer.

Jugar al rol no es cualquier cosa, es un asunto serio si lo enfocas de esa manera y eres capaz de ver su potencial creativo. Yo no conozco muchas cosas que sean mejores que esto aunque soy consciente de que hay mucho donde elegir y de que a mí me gustan muchas otras cosas. Pero siempre trato de ver la parte romántica de todas las cosas. La parte romántica del mundo.

Para mí, es como su banda sonora original; aunque inaudible, siempre está presente si nos detenemos a escuchar. Una banda sonora que sólo puede ser reproducida mediante las palabras.

Hay una magia allí, donde están las historias, nuestra mente y el deseo de compartirlas gracias a la comunicación. Como sucede día tras día sobre el mundo, cada tarde, al ponerse el sol.

Entonces, cada día, cuando eso sucede siempre me detengo, miro al este y te digo…

“Buenas noches”.

Edanna
3 de julio