Mis pasos me llevaron por el campo ensangrentado, hierbas altas cubrían mis botas salpicando de rojo el cuero viejo.
El suelo estaba plagado de cadáveres, yacían en poses grotescas, heridos por saetas, heridos por el acero romano.
Ninguno había sobrevivido.
Los cuerpos tendidos eran visitados por la cortesía de los cuervos. Y en aquella calma, la divisé sin dificultad.
Tendida, blancura de invierno. Herida mil veces. Yacía recostada sobre el único roble de la floresta. Su caballo abatido de lanzas y saetas, se hallaba a pocos pasos.
Edanna
-Edanna…¿ Qué te han hecho?
Ella sonrió en silencio, un hilo rojo resbalaba por la comisura de su boca.
– Esta era una guerra que no podíamos ganar, me contestó. No se pueden evitar los grandes cambios de la historia, pero si se les debe presentar batalla. Y esta, es la última batalla. Nuesta última batalla.
Miré el sol rojo del ocaso, me sonaba familiar. Normal, todo esto lo estoy creando yo, y este atardecer era de la muerte de Arturo, de Malory.
La tomé en mis brazos, ella tosió.
– Edanna…edanna. No me dejes…
-Tú has escrito este guión, y estoy aquí por tí, para liberarte…
Las lágrimas de impedían ver con claridad, mi garganta se entrecortaba en llanto. Sentía que no podía respirar.
Edanna, tan hermosa, del invierno era su cabello, sus ojos del cristal de los hielos del norte. Blancura envuelta en paños teñidos de púrpura.
– Una vez fuí a leed Castle, te ví en un cuadro…le dije…
-Blanca como el invierno, sonrió, si, lo sé cariño. Me creaste mientras dormías. Seis meses de sueño consciente. Me creaste para que estuviese contigo, y así tu locura medró en aquella pesadilla en vida.
– Me creaste para soportar la soledad, para soportar aquel silencio. Y aquella noche eterna.
– Para salir de tí, para tener una visión externa. Nadie puede entendernos verdad, cariño…nadie.
-Corríamos por la pradera cogidos de la mano. Juntos nos sentábamos en la colina y mirábamos el ocaso. Aquel ocaso que no tenía fin…¿ te acuerdas? le dije ahogado en lágrimas.
Ella volvió a toser, escupiendo sangre.
– Cómo olvidar todo lo que me diste, todo lo que soy. Por eso ahora me llevo tu ira, tu miedo, tu desesperación. La llevo conmigo.
– Es otro de tus trucos mentales, siempre sobrevives. Susurra. Mientras toda esa muerte que te ha rodeado se burla de tí como un juguete, yo estoy aquí para velar por tí. Pero ha llegado el fin de esta obra. Y tú lo sabes, porque tú eres el creador de esta metaficción.
Soy un juguete del destino Edanna. No te mueras ahora. No mueras Edanna…
Lloré amargamente, lloré sin tregua, lloré todas las lágrimas del mundo, y éstas, lavaron el vestido teñido de sangre.
– Ella se ha ido, ha encontrado el camino. Sólo me quedas tú mi amada albina, no me abandones tú tampoco. Sollozé.
-En la vida y en la muerte está la clave de todas las cosas, mi papel en esta obra es liberarte, y entregarte la paz que buscas, todo el odio por lo que te hicieron. Tus penas, tus amores perdidos y por los amigos que se fueron. Estoy aquí para limpiar tu alma. Para brindar…por la estación de las nieblas…
Me sonríe con dulzura…
– Ella se ha ido Edanna. Se ha ido para siempre…álguien la tomó de la mano y se marchó para siempre.
Mis lágrimas me impedían tragar. La garganta me abrasaba.
– No puedo soportarlo, no puedo dejar de pensar en eso…
– Ella contestó: La alejaste de su lado para que tuviese una vida mejor. Ahora la tiene. Que haga de esa vida que se sienta orgullosa y sobretodo que los que la rodean se sientan orgullosos de ella.
– Eso le he pedido, musité.
-Ya no puedo más Edanna, quiero marcharme contigo. Me dá igual lo que suceda. Quiero marcharme.
– Mi camino terminó en este mundo, me llevo tu dolor y parte de tu locura. Así lo has dispuesto, así debe ser, el orden de las cosas.- Me dijo sonriendo siempre.
– Estoy aquí para liberarte, para que sobrelleves toda la locura de tu mundo. Pero ya no me necesitas cariño. Mi vida en este tiempo terminó.
-Habrá un tiempo, en el que pasearemos por aquellos campos que juntos creamos, y nos sentaremos a mirar las nubes en la puesta de sol. Nos cogeremos de la mano. Y veremos mil atardeceres, cada uno será distinto, cada vez me dibujarás uno distinto. Es el tiempo, en el que me vuelvas a crear de carne y sangre y no como un fantasma. Volveré a tí.
Mis palabras se convirtieron en un susurro mudo de lamento. Ya no deseaba nada. La acurruqué en mis brazos y la acuné, la acuné como hago siempre con todo lo que amo…
Ella se relajó, y sonriéndome, expiró.
Allí permanecimos, solo arropados por la brisa del ocaso. Una luz roja bañaba todo a mi alrededor.
Edanna se marchó, su cuerpo brillaba, rojizo por la luz del atardecer. Poco a poco, su piel se agrietó, sus extremidades se tornaron nudosas y su cabello se hundió en la tierra.
Edanna se transformó en hoja, en rama y raices, que se unieron al Roble.
Y así el ser que creé del mito, volvió a su origen. A la tierra. Al árbol.
Y sentado en el roble, con la esencia de edanna a mi alrededor, esperé, sin pensar en nada más, en el silencio y arrullado por la brisa de la tarde, aquella brisa fresca. Me mecía el cabello.
Esperé, en silencio, que salieran las estrellas.