Lago en Canadá

Hay un siseo entre tú y yo, con un firmamento allá abajo, esperando. Cuando extiendes los brazos lo puedo abrazar, en un esfuerzo que no es inútil, si sabes a qué me refiero. Es frío, es acogedor, es el viento entre los árboles. Y es la noche que me reflejan tus ojos.

Me dejo acunar, dulce, amargo y tan… benévolo…, que aquí deseo vivir hasta el fin de los días. Pues te deseo cielo estrellado. Ahí abajo, permaneces; mientras bajo la manta tú y yo tarareamos despacito, al compás de esta, nuestra brisa nocturna. Son arrullos todo esto que se llevan mis manos y las tuyas dentro de nuestros callejones; a darles patadas a los botes.

¡Qué Alisio tan sutil! Resonando tan fresco en tus labios sacados de aquel lugar donde nació el viento. De allí de donde nacieron todos los vientos del mundo. Y danza, se estremece; aquí, junto a nosotros. Entre tú y yo, bajo esta manta. Viene para quedarse, no piensa marcharse jamás. Viene junto a toda esta música, llegada desde las tierras frías, aquellas que asoman más allá de las distancias imposibles.

Aquí se mecen los árboles, es donde se arrullan sus ramas. La brisa que acaricia todos estos tesoros, enarbolando en majestuosos pedestales, delicias de esmeralda.

No deseo más que permanecer, echar raíces, dormir, acunarme en tu regazo. Ser así el tronco, la rama, la flor y la hojarasca, sentir mi sangre tan suave del rocío en tus pestañas. Beber el agua de las profundidades de la tierra, convirtiéndome en aquel árbol que en todo instante a ti te regale su sombra.