Imagino mi tiempo ―pues yo siempre he sido capaz de imaginar muchas cosas― como una pastillita de jabón que, dando saltitos de mano en mano, corre el riesgo de caerse al suelo de las duchas, allí, donde termina mi suerte y se extienden las sombras…

Porque el tiempo se va y cada vez más siento ese único y tan extraño escalofrío. Ese que Juan sin miedo descubrió cuando le pusieron el cetro en la mano y la corona en la testa y le dijeron que a partir de entonces era el único responsable de todos sus súbditos.

ÁngelPor eso mismo, es el tiempo aquel que, como ya dije una vez: “resulta un enemigo implacable y tendencioso…” que juega a juegos de hambre, de poder y de gloria o que no juega a nada en absoluto, dedicándose a estar allí donde nadie es capaz de apreciarlo, siendo ese quizás el más cruel de todos sus  juegos.
Intento así, día tras día, enfrentarme al discurrir de todas las horas bajo la obsesión constante de aprovechar mi tiempo. Pero en eso mi tiempo se parece mucho a mi ánimo, el cual ya tuve en su día encadenado en el ático bajo una cadenilla hasta que un buen día decidió vivir su propia vida. Sólo para darme cuenta entonces que no me va demasiado el tema del control y que carezco por completo de  habilidades de manipulación; bendita sea mi ineficacia. Así pues, resulta fútil y tiempo perdido el tratar de controlar el tiempo.

A mí no me van muchas cosas, por eso he tomado los caminos que he tomado, he saboreado las ventajas que han venido de todo ello y…, y he pagado de forma inevitable también, en consecuencia, por todos mis errores. Pues allí donde metes la nariz hay siempre una brillante y resplandeciente cara luminosa y, por supuesto, también la tenue y oscura cara oculta de todas las cosas. Y lo creas o no, todo esto tiene mucho que ver con los juegos de rol, si es que has caído por aquí buscando algo sobre ese tema.

Bien, verás, resulta que cerca de aquí, cada domingo, repican las campanas en la torre de la iglesia de Grenville; casi al mismo tiempo, a unos quinientos metros al otro lado del río Otawa, a su tañido le corresponde el otro rebato algo más grave del campanario de Hawkesbury. Si esto fuese la Tierra Media aquí pondría yo con gusto la torre de Saruman, buen ejemplo de la conocida e instaurada clase de corrupción política, y la del otro pobre desgraciado tuerto que puso toda su fortuna en manos de los férreos aros de metal de la banca germana por aquello de: “…es que en aquel momento parecía una buena idea…”.

Mientras que en la católica Grenville familias numerosas de fervorosos creyentes acuden en masa a recibir el santo sacramento en sus caras Pickups de más de noventa caballos, en la protestante Hawkesbury los iconoclastas arden estallando en llamas a los ojos de sus vecinos católicos por todos sus pecados, mientras aprovechan el viaje para aprovisionarse en la farmacia de condones. Probablemente en la orilla protestante se ha gastado más en caucho en un año que lo que gasta una escudería en toda una temporada.

Así, mientras que en las granjas de la orilla católica innumerables y sonrosados niños y niñas, con rostros que parecen haber salido de una clásica publicidad de caja de cereales, le sonríen a la vida, los adustos y reflexivos protestantes al otro lado del puente le sonríen a la vida ellos solitos, sin la necesidad de estar aguantando las impertinencias de una muchachada de mocosos que iluminan el mundo con sus risas, deleitan al todopoderoso con sus juegos y que comen como cerdos en un mes lo que come una vaca en un año. Entre diez pollos cada mes para alimentar a cuatro hijos, media aproximada de hijos por familia en la región católica. Dios bendiga a América, nunca un pollo dio tanto de si.

Y a los judíos ni tocarlos; ellos van por su propio camino y más te vale no llevarles la contraria.

Y así, los pajarillos cantan y las nubes se levantan, ajenos todos, vacas, niños, cerdos, pollos, protestantes, judíos y católicos a que en algún otro lugar, ni muy lejos ni muy cerca pues eso en realidad da lo mismo, la gente es incapaz de trabajar dignamente o de pagar tan siquiera por sus casas a las que la constitución les asegura que tienen derecho; y que vuelven por tanto, más tarde o más temprano,  a las manos de sus legítimos dueños, o sea, a la banca; madre y padre de todos y único dios verdadero que reina sobre el cielo y la tierra en toda su gloria más por siempre amén.

Porque para la gente de las tierras benditas del norte, no hay más preocupación que el que la hierba no crezca más de un palmo en sus jardines, longitud media del miembro viril masculino, en cuyo caso la hoja se atasca, se ahoga el motor de la cortadora y el cielo cae pues en consecuencia sobre sus cabezas. “Yo con tan poco tiempo y tanta hierba por cortar”, es la frase popular. Dios, en su implacable sabiduría ―siendo bipolar como ya se ha visto― decidió en un momento de depresión que la hierba ha de pasar más allá de la longitud estimada por el ―usualmente― obeso ―mejor dicho, bien alimentado― dueño de la propiedad. Demostración fehaciente de que dios se equivoca a menudo, por no decir casi siempre.

Pero lejos de sacudirle a dios otro ratito prefiero mucho más no andar pensando en tonterías y pasear en un cercano estado Zen por la ribera este del río. Entre todos los billones de cosas espléndidas que existen en este mundo concurre además la visión de poder contemplar, bajo el amarillento sol de la media tarde, la silueta de la otra orilla, donde las torres de Grenville centellean en el lado oeste del canal más allá del manto azulado de las aguas. Dos pueblos separados por un puente que se cruza en diez minutos a pie, y donde en cada orilla el simbolismo lleva a los seres que allí habitan a vivir bajo su ―de nuevo― propio simbolismo. Un conjunto de creencias que determina la vida y la lleva por una línea, la que ellos han decidido trazar.  Esa fuerza que siempre ha venido de serie con la humanidad y que una vez, hace mucho tiempo atrás, determinó la diferencia.

Así pues, en un lado del río las cosas son de una manera y en la otra ribera las cosas son, de otra forma… Y en el medio, nada más que agua. Una nada que fluye, que fluye… y que bajito, bajito… se ríe un poquito de todos nosotros.

Y no hay más que hablar. Nadie dejó un libro de instrucciones para la vida, se ha tenido que improvisar. Nada está bien o está mal, no hay manera correcta o incorrecta. Cada uno con su verdad y que no le vengan a decir a uno de cada orilla del río cómo han de hacerse las cosas o en qué demonios hay que creer porque te las verás enterrado en el lodo del fondo de un río bastante profundo.

Aunque te parezca extraño, pero que considero bastante relacionado con lo que pienso, esto me trae a la cabeza el que en estos días he sabido del cierre de Pirate Bay y de la prohibición de la venta de videojuegos de segunda mano. ¿De repente alguien dice que es ilegal vender una propiedad de segunda mano porque va en contra de sus intereses? ¿De qué intereses?, ¿los míos o los de ellos? Recuerdo cuando Blizzard ―sí el maldito Wow, sí―, junto con SOE y muchas otras compañías de videojuegos Online se oponía a la venta o intercambio de bienes virtuales. Ahora, en Diablo III, sí que resulta legal pagar por bienes de una forma tan escandalosa que en eso se basa su modelo de negocio y la estructura de todo su sistema de casa de subastas. O sea, que si quieres ser el mejor, tener el mejor equipamiento y llegar al final sobre todos los demás, paga…

La brújula de lo moral, una vez más, no busca pues un norte único sino se orienta allí donde corretean los beneficios; bien nada nuevo ni sorprendente. La verdad está donde se encuentran los beneficios para muchos. Pero la dirección de la moralidad sigue estando ahí, es tan simple como tomar la decisión de ir en la dirección de la ética o no hacerlo. La ética es una elección porque siempre es una opción.

A mí esto me recuerda a los tiempos de mis abuelos en la isla de La Gomera, en donde la guardia civil no dejaba a la gente recoger leña en el monte para los fogones de sus cocinas porque así se la tenían que comprar al "cacique" de la zona, que la vendía a un único precio y sin competencia, dueño literal de toda la región y al que los guardias daban preferencia; un señor feudal en los tiempos de Franco vaya. Oponerse a esto no era fácil aunque sólo hubiese ¡cuatro guardias civiles en toda la región! Se trataba de algo más, era el peso de una institución, el miedo a las represalias, a la traición por pensar de una forma o de otra…

Pero en muchos otros casos, también incluyendo éste por supuesto, hay cosas que sencillamente no se pueden tolerar. Hacemos leyes para protegernos de los demás, pero también para protegernos de nosotros mismos. En estos tiempos tan duros un valor al alza es vender y/o ofrecer ética. La gente está hambrienta de justicia y siempre ha sido algo que se demanda. En Europa más que nunca y en España ya un bien de primera necesidad, pues los españoles, aunque se deleiten con su fútbol y su Eurocopa, al menos no tienen que preocuparse de que la hierba no les crezca en sus jardines más allá de un palmo de sus narices. Tienen otras cosas, por ahora, en qué pensar.

A mí todas estas cosas me animaron a escribir una pequeña historia que pondré por aquí más adelante y que me sirve de módulo para una pequeña campaña de Dungeons & Dragons. Dos ciudades, dos iglesias, dos formas de pensar; dos políticas separadas por un puente fuertemente custodiado y por el que se exige un peaje absurdo y desproporcionado. La búsqueda de la razón, de la justicia y de la ética, de los valores sobre el egoísmo y la ambición individual. Dos mundos separados por un río en donde cada parte cree estar en posesión de la verdad y donde la única verdad subyace en el fondo del río, jugueteando entre los peces que se deleitan con los tañidos de los instrumentos que los juglares tocan a la luz de la luna.

¿Y qué es un juego de rol sino un juego sobre algunos aspectos de la vida? ¿Qué pretendes al crear tu mundo, al inventar tu historia? ¿Qué esperas contarle a tus jugadores sino historias de algunos aspectos de la existencia? Nuestro mundo es la referencia pero, ¡sal de las zonas comunes! Que no es más que escapar de los tópicos resultando estos mismos, de forma inexplicable y contradictoria, siempre el punto de referencia.

No te quedes mucho tiempo nunca en el mismo sitio pues más allá…, siempre hay un mundo nuevo por descubrir.

Edanna
25 de junio